La pandemia aún no deja que retumbe la salsa en Cali

Cali era una fiesta de 365 días. El ritmo de la salsa animaba discotecas, plazas, conciertos y escuelas de baile. Pero la pandemia trajo el silencio y una crisis que ahogó la industria más emblemática de esta ciudad del suroeste de Colombia.

“Es muy triste ver tantos sitios cerrados, se ha apagado la llama de lo que era Cali”, dice la bailarina Angie Osorio que ha compartido pista con Jennifer López y Marc Anthony.

La salsa caleña es referente mundial. Turistas de todas partes llegaban para escucharla o aprender a moverse al estilo local: frenético, sensual, acrobático y uno de los más célebres, junto al cubano y puertorriqueño.

Detrás de esa banda sonora que animaba la ciudad de más de dos millones de habitantes vivían músicos, bailarines, profesores, sastres, zapateros, maquilladores, diseñadores, escenógrafos, empresarios y otros sectores indirectos como restaurantes y hoteles.

“Esta es una ciudad que los siete días de la semana se mueve con la salsa (…) es una forma de vida, una manifestación cultural muy arraigada”, explica Adriana Olarte, directora del Festival Mundial de Salsa, que reunía a más de 4.000 artistas anuales.

Luego de detectar el primer caso de covid-19 en marzo, Colombia declaró la emergencia sanitaria, restringió el contacto físico, prohibió las fiestas y, así, el ecosistema de la salsa quedó en jaque.

Tras siete meses de restricciones, la ciudad da pequeños pasos para revivir su sello insigne.

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Bailarinas durante el Mundial de Salsa de Cali del 2020, afectado por la pandemia.
Foto: Luis Robayo | AFP

Bailar por internet

En las décadas 80 y 90 Cali era una de las ciudades más peligrosas del mundo: narcotráfico, guerrillas, bombas, secuestros. Con la caída de los grandes carteles y luego en 2016 la firma del acuerdo de paz que desarmó al grupo rebelde más poderoso de América, se despejó el camino para el turismo.

Según las cifras oficiales más recientes (2017), Cali tiene 127 academias de salsa, 3.263 bailarines, 319 coreógrafos, 257 instructores, 6.506 estudiantes, 91 orquestas y 97 salsotecas (discotecas).

Nhora Tovar es directora de ‘Arrebato caleño’, una de las escuelas de salsa más importantes de la ciudad, que cerró su local en marzo.

“Nuestro trabajo implica tener un contacto físico permanente con el otro en el momento de enseñarle a bailar”, concede, y “no teníamos un músculo económico para decirle a la gente que podíamos sostenerle un salario”, lamenta la profesora.

Lanzaron una campaña de donación y empezaron a dictar clases virtuales, para aliviar el bolsillo de diez familias que dependen de la academia y así “salir a flote”.

De vestidos a mascarillas

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La bailarina Angie Osorio (centro) en los preparativos del Mundial de Salsa del 2020.
Foto: Luis Robayo | AFP

Cali es la capital del Valle del Cauca, el departamento con la mayor población negra del país (647.527 personas).

De clima veraniego y vecino al Océano Pacífico, la salsa se consolidó allí como un ritmo mestizo que bebió de la música de Cuba, Puerto Rico y Nueva York, para crear su propia marca.

Emblemáticas orquestas como el Grupo Niche, nominado al Grammy Latino (2020), llevaron el sabor caleño a los oídos del mundo.

El baile local se roba aplausos en concursos internacionales donde siempre es protagonista.

Marta Perdomo, sastre de 60 años, asegura que “el 50% de una presentación” de salsa es el vestuario.

Debe “ser muy expresivo, muy brillante para que llame la atención, tener muy buenos volantes, mejor dicho el traje tiene que bailar con el bailarín”, asegura la mujer que antes cosía para una decena de academias.

Con el desempleo de los bailarines los encargos mermaron y ahora se ve en aprietos para cubrir sus gastos básicos.

“Para mí ha sido muy duro (…) verme de un momento a otro sin un trabajo estable (…) y pasar a hacer tapabocas”, comenta.

Con el desempleo de los bailarines los encargos mermaron y ahora se ve en aprietos para cubrir sus gastos básicos.

“Para mí ha sido muy duro (…) verme de un momento a otro sin un trabajo estable (…) y pasar a hacer tapabocas”, comenta.

Pies cruzados

Topa Tolondra en pandemia
La tradicional discoteca La Topa Tolondra volvió a abrir sus puertas, pero hay limitaciones de aforo y condiciones de distanciamiento social.
Foto: Luis Robayo | AFP

A los famosos “grilles” o discotecas pintorescas de salsa, llegaban parejas de todas las edades a bailar.

Pero las restricciones para evitar la expansión del virus limitaron la espontaneidad de la fiesta. Quedó prohibido bailar, el aforo se redujo al 30% y la música se apaga a la 1:00 a.m. 

Muchos eventos también se cancelaron, aunque dos de los más importantes quedaron en el calendario en versión virtual.

El Festival Mundial de la Salsa se realizó en octubre con unos 120.000 internautas. Y la tradicional Feria de Cali, que en 2018 generó 109 millones de dólares, se realizará en diciembre por internet.

El reputado salsódromo, un desfile tipo carnaval que inaugura la feria, está en vilo.

Todo cambió.

Miguel Oviedo tiene 70 años y desde los 12 hace zapatos para bailar. Creció “con la música por dentro” y recuerda que aprendió el ritmo viendo a los mayores “por las rendijas” y luego imitando sus pasos.

Por la crisis fabrica menos zapatos y sobrevive gracias a las remesas que un hijo le manda de EEUU.

“Se paralizó todo y todos quedamos con los brazos cruzados”, deplora.

Zapatero, zapatos salsa caleña
Miguel Oviedo, se ha especializado en hacer zapatos para bailarines de salsa caleña.
Foto: Luis Robayo | AFP

Fuente: Luis Robayo y Lina Vanegas | AFP – http://www.elpais.com.co

Publicado por Salsa es la cura

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